Bodegueros, ideologías y trabajo
En la era digital, la batalla por las ideas ya no se libra en la plaza pública, sino en los algoritmos y tendencias.
Yo pensaba que las bodegas eran ese lugar en donde trabajé en Bucaramanga durante mis 16 a 17 años. Yo nunca me imaginé tildado otra vez de bodeguero, ya no por vender refrescos a las clases populares del norte y el centro de Bucaramanga, sino por opinar en redes sociales.
Me llegó el momento de revisar, acaso: “¿el bodeguero puede influir en la opinión pública?”
La pregunta suena absurda en su definición tradicional, pero en el mundo digital tiene un peso enorme. Hoy, las llamadas bodegas se han convertido en armas políticas y culturales, capaces de manipular tendencias y moldear narrativas a través de cuentas falsas, bots y perfiles coordinados.
En el entorno digital, el término bodega dejó de referirse a cajas y mercancías para describir redes organizadas que buscan influir en la opinión pública. Según el informe Digital 2025 de We Are Social y Hootsuite, el 89,5 % de los colombianos con acceso a internet utiliza redes sociales, y el 91,5 % de los mayores de 18 años participa activamente en estas plataformas, creando un terreno fértil para estas estrategias (We Are Social & Hootsuite, 2025).
En Colombia, como lo ha demostrado el concejal Daniel Briceño, estas bodegas no son espontáneas, son estructuras pagadas que operan con recursos públicos para imponer narrativas y atacar a la oposición. Ser llamado “bodeguero” ya no es solo un insulto, sino la evidencia de una conversación pública comprada y manipulada, donde la verdad deja de importar frente al dinero.
Las “bodegas” no solo manipulan narrativas, crean realidades que movilizan masas y desatan violencia. Una tendencia puede destruir reputaciones y radicalizar multitudes, como en el caso de la Primera Línea y otros grupos violentos.
Consignas como “estamos peor que Venezuela”, “el uribismo mató a 6.402 jóvenes” o “Colombia está en una dictadura” no son espontáneas, son estrategias diseñadas para polarizar y controlar la opinión pública. Esta batalla no es simbólica: se refleja en votos, mercados paralizados y vidas humanas perdidas.